educación
«Volvimos a Castilla y León para alejarnos y romper con todo»
Los padres del menor con minusvalía por estrés tras sufrir bullying vivieron 8 años en Madrid
Cogió a su hijo y se lo trajo de nuevo a Castilla yLeón para «que se sintiera seguro» y dejara de vivir a un paso de donde le pegaban, donde le rompieron el tímpano y donde le arrebataron la niñez. «Hemos borrado toda nuestra historia, su infancia, para empezar de cero. ¿Y qué hemos hecho nosotros a nadie para esto?».
María y su marido dejaron Madrid, donde vivieron ocho años por trabajo, y volvieron a su tierra natal, una provincia de Castilla yLeón, «para romper con todo» y para que su hijo R., por aquel entonces con diez años y ahora con 15, «se olvidara del horror que había sufrido en el colegio y alejarle de aquello». Han pasado cinco y sigue reviviéndolo. «Pero está bastante mejor».
R. saltó el martes a las páginas de ELMUNDO porque es el primer niño con una minusvalía reconocida por estrés postraumático vinculado al acoso escolar. La Junta de Castilla y León le otorgó el 33% de discapacidad a causa de las secuelas que le provocó el bullying que comenzó cuando sólo tenía cinco años.
Esta acreditación a R. no le hace «mucha gracia», pero su madre lo ve cómo un pequeño triunfo, «una luz y una alegría». «Al fin alguien reconoce el daño que hemos sufrido. Reconocen que hay daño y es que ha sido gravísimo. No hemos sufrido más porque no es posible», cuenta María, que se apresura a lamentar que, por el momento, ni la Justicia, ni el colegio San José del Parque de Madrid, en el que padeció el acoso, les hayan prestado la atención debida.
La decisión de la Junta es «una recompensa moral», reitera María que confía en que este sólo sea el principio para que la gente «tome conciencia», las autoridades, medidas contra el acoso escolar y los colegios y los profesores estén lo vigilantes que no estuvieron con su hijo. «Iba, una y otra vez, y no me hacían caso. Les decía que mi hijo tenía moratones, que no era normal, y nada».
Precisamente los moratones de su décimo cumpleaños –«claramente de patadas»– fueron definitivos para la decisión de abandonar el colegio y la ciudad. «No tuvo celebración, llegó con las piernas tan mal que tuvimos que ir a Urgencias. Estaba fatal».
¿Y los acosadores? «Nada. No les dijeron nada. Ni sanción, ni preguntarles por qué. Nada». Cinco años después de haberse alejado, al menos físicamente, de los golpes, las burlas y las vejaciones –algunos compañeros le obligaban, incluso, a tocarles los genitales– María sólo reclama una disculpa. Y no para ella. «Qué menos que pedir perdón a mi hijo, que él sepa que no ha hecho nada malo y no ha tenido la culpa».
No sólo se refiere a los compañeros, también a los profesores «que no lo pararon y decían que eran cosas de niños». «Si hubieran intervenido al principio, no tendría estas secuelas». Toma antidepresivos, cuatro pastillas diarias.
Ahora va a un instituto en el que no lo pasa tan mal. Pero tampoco bien del todo. El otro día tuvo que exponer un trabajo en público y la noche anterior no durmió. Cierto que se libró de las pesadillas. «Tiene miedo escénico, prefiere no responder por temor a hacerlo mal, a que se rían, estaba acostumbrado a eso».
Sus padres también tienen miedo, a que pueda volver a pasar y a que no se lo cuente. De hecho, se enteraron por un amigo de que le pegaban, mientras R. le daba con el codo para que no se lo contara. Luego, se sintió «aliviado» y poco a poco ha ido relatando más incidentes.
Confían en que se recupere, pero ahora son conscientes de que será largo. «No esperábamos que durara tanto. Ya sabemos que hay secuelas que le quedarán de por vida».
«Me han destrozado toda la infancia», le dijo R. a su madre con diez años. Aún hoy, en los días malos, se lo repite. «Un crío no debería decir esas cosas».
Castilla y León
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agencias